Preguntas sinergéticas desde el impasse (2)

Ernesto Fundora

Confieso que aunque la sinergética me ayudó en la interpretación de la lógica del mundo moderno y me apertrechó de una postura científica ⎯también de cierto taoísmo en la aceptación y adecuación⎯, por otro lado, me fue enredando en una madeja de hilos paradójicos al punto que terminé con la impresión de que me hallaba nuevamente, desconsolado, al centro de un laberinto. Luego de releer algunos textos y apuntes concluí que me hallaba frente a un aparato teórico con una nueva propuesta providencial, esta vez desde la física y no desde la teología, y recordé lo oportuno de aquella idea de Lucrecio inscrita en De la naturaleza de las cosas: “La tierra, el cielo, el mar, el sol, los árboles y los seres vivientes no son obras de los dioses, sino eventualidades creadas por las combinaciones de los átomos, de la misma manera que en los versos, las combinaciones de las letras forman palabras muy distintas”. De modo que, sin vergüenza, consentí tomar la duda como el motor de mi reflexión. Empezó mi análisis (aplicativo) rescatando el sentido común que ofrecen los resultados de ese fenómeno social que llaman PROGRESO y que inevitablemente, de un tiempo a esta parte, asociamos de manera aritmética con las estadísticas económicas. Todo empezó por las “Olimpiadas Chinas” y la expectativa planetaria generada por ese país que pretende erigirse como un modelo social y económico de vanguardia apetecible para el resto de las naciones. Mi opinión, modesta e inexperta, intuye que el modelo de desarrollo y crecimiento del occidente industrializado y “tecnocrónico” liderado por los Estados Unidos es improcedente para el resto del mundo, ya que implica un excesivo caudal de inversión financiera y exige, además, gasto y consumo desmedidos de los recursos naturales. Es esta la razón por la cual la China de hoy ⎯una consecuencia del diálogo de poder y contrapeso del gigante asiático con respecto a la globalización y al predominio mundial de USA⎯ no califica como nuevo paradigma. China, más temprano que tarde, insuficiente y exhausta de su materia prima interna, habrá de convertirse en una nación que devore a sus vecinos y que tienda a emprender derroteros de carácter imperialista como única forma de sostener el fuego interior de su demandante e insaciable economía.