El facismo en lo cubano

Jesús Rosado

Para Isis Wirth, culta y antifascista

El trazo genético pudiera partir de aquella tripulación desclasada que acompañaba a Colón y, sin embargo, es tan preocupante el componente idiosincrásico que las ganas de ironizar sobre su origen languidecen ante lo tremebundo. ¿Dónde se preña esa inclinación al pandillerismo político y doméstico, al repudio entre congéneres y a la exacerbación del ansia de poder y de superioridad social? Tal vez, el hecho de haber crecido como plantación esclavista condicionó definitivamente la asociación de la estructura de poder con el factor discriminatorio y el exclusivismo, al punto de convertirlo paulatinamente en un ingrediente de la nacionalidad. Lo cierto es que los intelectuales y científicos cubanos desarrollaron desde el siglo XIX las primeras tesis eugenésicas genuinamente criollas que bien pudieran correr como precedentes ideológicos emparentados con la aparición de un ideario protofascista. La eugenesia toma fuerza en Cuba a partir de 1920, que es la etapa en que ciertos prominentes antropológos están permeados del pensamiento lombrossiano. Curiosamente, algo más de dos décadas atrás, cual extraña circunstancia karmática, el general Valeriano Weyler había adelantado en la Isla, con la tristemente célebre Reconcentración, un ensayo precursor de las cruentas prácticas exterminatorias del fascismo. Nótese que estamos hablando del mismo Weyler que adoptó militar e ideológicamente al joven Francisco Franco durante sus campañas en África. Con el gobierno de Machado y su indisimulado acercamiento a las doctrinas de Mussolini, la eugenesia adquiere auge, al punto de que en 1924 se celebra en La Habana el II Congreso Panamericano de Eugenesia (al que asisten el canciller y el ministro de salud cubanos), durante el cual los criterios nacionales de depuración racial y social compiten sutilmente con los postulados del fascismo. Durante el evento se llega incluso a proponer la reclasificación de la población negra como especie en lugar de raza o etnia. Distinguidos médicos y antropólogos se adhieren a la tendencia de filtración racial, como posibilidad no solo de blanqueamiento, sino de aristocratización. Gustavo Aldereguía, Mañalich y Roberto Agramonte están entre los enconados defensores teóricos, influenciados por las ideas del genetista Charles Davenport. En los años 30, ya conocemos de la existencia de los Camisas Negras en La Habana, y de las tendencias del ABC, aunque algunos estudiosos investigan al menos tres organizaciones más de corte pronazi. En los 40, la eugenesia con los aportes del nazi Rudin logra penetrar en los programas académicos de las Facultades de Medicina y de Derecho y en el texto de biología que Franganillo ha concebido para el bachillerato. Es la época de eclosión de la arquitectura fascista en la capital cubana, de las lecturas subrepticias de Mein Kampf, de la admiración oculta hacia lo que alcanzó el nacionalsocialismo alemán, en tanto que la iglesia católica insular se ha nutrido de curas falangistas que inculcan el desprecio y la aversión hacia los judíos. Sólo una ficha se sale del esquema eugenesista: el general mulato Batista. Pero, paradójicamente, es el que favorece la asunción de un poder fascitoide en dos vertientes y con cuyo gobierno se inicia la exteriorización desprejuiciada del fascismo en lo cubano: tortura, crímenes horrendos, terror político, absolutismo, nepotismo, odio civil, fratricidio, discriminación política sexual y racial, manipulación de segmentos poblacionales, adoctrinamiento, imperialismo militar… Manifestaciones que con Castro entran en una fase sofisticada y reforzada por la experiencia stalinista. Las conductas inherentes al castrismo no son inéditas, sino más bien consecuentes con un acervo que se venía acumulando. Y es que si bien los cubanos no inventamos el fascismo, desde nuestras oscuridades como pueblo atemperamos su acogida.