Ramón Alejandro (de su libro inédito Adua la pedagoga)
A pulso, a pelo y también a contrapelo, solo como un perro iba avanzando por el mismo medio de la vida, cuando me empeñé de mala manera en la ardua empresa de aprender a dibujar de cualquier forma que fuera. Y como por naturaleza siempre fui bastante exagerado, no se me ocurrió nada mejor que imponerme el pie forzado de comenzar por dibujar con una punta de acero sobre una plancha de cobre pulido. Esa apretada manera de grabar directamente sobre el metal que suelen llamar a la «punta seca», es tan constringente que no da cabida a ninguna de las seductoras facilidades que ofrecen las otras técnicas del grabado. Y es que en aquellos días corría el año de mil novecientos sesenta y cuatro, y nada me parecía digno de interés si no se trataba de algo muy difícil de lograr. Adepto de la ducha fría, por nada hubiera dado mi brazo a torcer, e iba contínuamente de proeza en proeza, asfixiándome con un sinnúmero de exigencias implacables. A galope sobre mi mismo, cabalgando mi propio cuerpo como si no fuera mio, insaciable e intolerante, luchaba con la realidad sin aún haber tenido verdaderas ocasiones de conocerla lo suficientemente como para ensañarme contra ella con tanto brío. Enfureciéndome torpemente y como por puro gusto contra esa desconocida señora. Puede que fuera gracias a mi juventud y simpatía que se me hubiese abierto tan desinteresadamente ese taller, ya que de entrada le caí bien a Johnny Friedlaender, que era el maestro grabador que lo dirigía, y el tipo nunca me pidió ningún dinero a cambio de su enseñanza. Y como él me empezó a llamar "Cuba", todos los demás que allí aprendían ese raro oficio se pusieron a llamarme por ese mismo nombre. Haciéndome gozar de un no sé qué de prestigio que me procuraba mi acento forastero, junto con el favor natural que podía despertar en ellos ese muchacho recién llegado, tan distraído de todo y tan ensimismado en sus íntimos ensueños, que venía de pasar tres largos años vagabundeando por su propia cuenta a través de la Argentina, el Uruguay, Brasil y España. Y que no tenía dinero ni familia, ni hablaba correctamente el francés. Pero mi cinturita de mimbre y mi vocación de artista, y seguramente también mi sensual mirada de criollito de veinte años sin ningún escrúpulo para meterse en la cama con el primero que me lo pidiese, y una intensa vocación por abrirme camino dentro del vasto mundo del Arte y la geografía europeas, todos esos elementos funcionando conjuntamente de manera sinergética, atraían sobre mi persona un particular interés que me halagaba, y una benevolencia general, que me facilitaba la sobrevivencia. Cierto día una de aquellas aprendices que frecuentaban conmigo el mismo taller de grabado de ese generoso judío alemán que fue Johnny Friedlaender, me preguntó si me interesaría conocer a otro cubano, y naturalmente le respondí que sí. Una cita fue concertada gracias al número de teléfono que ellas me dieron.
A pulso, a pelo y también a contrapelo, solo como un perro iba avanzando por el mismo medio de la vida, cuando me empeñé de mala manera en la ardua empresa de aprender a dibujar de cualquier forma que fuera. Y como por naturaleza siempre fui bastante exagerado, no se me ocurrió nada mejor que imponerme el pie forzado de comenzar por dibujar con una punta de acero sobre una plancha de cobre pulido. Esa apretada manera de grabar directamente sobre el metal que suelen llamar a la «punta seca», es tan constringente que no da cabida a ninguna de las seductoras facilidades que ofrecen las otras técnicas del grabado. Y es que en aquellos días corría el año de mil novecientos sesenta y cuatro, y nada me parecía digno de interés si no se trataba de algo muy difícil de lograr. Adepto de la ducha fría, por nada hubiera dado mi brazo a torcer, e iba contínuamente de proeza en proeza, asfixiándome con un sinnúmero de exigencias implacables. A galope sobre mi mismo, cabalgando mi propio cuerpo como si no fuera mio, insaciable e intolerante, luchaba con la realidad sin aún haber tenido verdaderas ocasiones de conocerla lo suficientemente como para ensañarme contra ella con tanto brío. Enfureciéndome torpemente y como por puro gusto contra esa desconocida señora. Puede que fuera gracias a mi juventud y simpatía que se me hubiese abierto tan desinteresadamente ese taller, ya que de entrada le caí bien a Johnny Friedlaender, que era el maestro grabador que lo dirigía, y el tipo nunca me pidió ningún dinero a cambio de su enseñanza. Y como él me empezó a llamar "Cuba", todos los demás que allí aprendían ese raro oficio se pusieron a llamarme por ese mismo nombre. Haciéndome gozar de un no sé qué de prestigio que me procuraba mi acento forastero, junto con el favor natural que podía despertar en ellos ese muchacho recién llegado, tan distraído de todo y tan ensimismado en sus íntimos ensueños, que venía de pasar tres largos años vagabundeando por su propia cuenta a través de la Argentina, el Uruguay, Brasil y España. Y que no tenía dinero ni familia, ni hablaba correctamente el francés. Pero mi cinturita de mimbre y mi vocación de artista, y seguramente también mi sensual mirada de criollito de veinte años sin ningún escrúpulo para meterse en la cama con el primero que me lo pidiese, y una intensa vocación por abrirme camino dentro del vasto mundo del Arte y la geografía europeas, todos esos elementos funcionando conjuntamente de manera sinergética, atraían sobre mi persona un particular interés que me halagaba, y una benevolencia general, que me facilitaba la sobrevivencia. Cierto día una de aquellas aprendices que frecuentaban conmigo el mismo taller de grabado de ese generoso judío alemán que fue Johnny Friedlaender, me preguntó si me interesaría conocer a otro cubano, y naturalmente le respondí que sí. Una cita fue concertada gracias al número de teléfono que ellas me dieron.
Pues que apuesto es Ramon Alejandro!
ResponderEliminarRamon sera un loco pero es buen pintor.
ResponderEliminarBien Ramón el primer blog que yo escribi en Tumiami hacía referencia a ti. Con un cut and paste podrás rememorar la salida de Miami. Sería bueno que vieras los comentarios de aquel post
ResponderEliminarUn abrazo
Amílcar.
París en Coral Gables
Por Amílcar Barca
Hoy salí a la calle casi de madrugada. Ponce de León estaba hermosa... tanto que parecía una de las muchas de Rayuela al amanecer. Quizá hoy, este paseo, fuera un auténtico boulevard donde las baguettes esperarían crujir y el cafè au lait descansara en las manos de alguna Maga que desease su compañía en cualquier terraza del barrio latino. Quizá junto al Lion Video hubiera una parada de metro que me llevara a algún marchè aux puces, no lejos de donde vivo, mientras dejaba que este domingo exquisito se despertara sin apenas hacer ruido y mis películas sobre Truffaut retornaran religiosamente al altar de esta tienda (no pude dejar de pensar que Ramón Alejandro no está). Hoy París no adquiere la connotación de adoquín ni de trío amoroso --tal y como lo dejó expuesto Bertolucci en su última película The Dreamers. París está en este silencio hermoso a 54 grados Farenheit que Coral Gables exhala, perfumado con las pocas flores blancas de sus jardines y la arquitectura Disney en su downtown. Hoy, quizás con discreción, me coma una papaya en su honor; ingiera su pátina y el hermoso caviar que contiene y piense, una vez más, que alguna vez esta urbe burguesmente provinciana no sólo puede despertar en la esquina con Einstein Brothers sino en miles de cafés a lo largo de la zona. Adiós amigos.
El Paris de Ramon padece de Alzeimer selectivo.- Un cubano frances
ResponderEliminarBuena historia. Hay que ver como sigue.
ResponderEliminarReitero que me cuadra la prosa barroca tropical y parisina -a lo Sarduy- de Ramón Alejandro.
ResponderEliminarMe permito señalar un detalle de concordancia en el último párrafo, sujeto en singular y predicado en plural
"una de aquellas aprendices (...), me preguntaron (preguntó) si me interesaría..."
RLR, gracias. Lo arreglo.
ResponderEliminarAhi si era bello Ramon. Mira esos ojos castanos.... esa mirada de artista y el humo atrapado en el aire. La verdad que los anyos dejan huella.
ResponderEliminarFloripondio Escobar Pelayo
Bravo Ramon...
ResponderEliminarTotico
En el año 1964 yo tenía 2 años.
ResponderEliminarRamon, la foto me recuerda mucho como Roman se parecia a ti. Que en paz descanse su alma.
ResponderEliminarPrecioso te ves Ramón en la foto junto a la narración de los hechos. Ojalá te hubieras quedado así.
ResponderEliminarDe chiquito no se vale.
ResponderEliminarEl espiritu de Cabrera Infante
http://uk.youtube.com/watch?v=pc8IEO-DbcA&feature=related
ResponderEliminarVanity plays lurid tricks with our memory. ~ Conrad Joseph
ResponderEliminarA man's own vanity is a swindler that never lacks for a dupe.
ResponderEliminarHonore de Balzac
One of the troubles about vanity is that it grows with what it feeds on. The more you are talked about, the more you will wish to be talked about ~
ResponderEliminarBertrand Russell
Simpatiquisimo el video del artista desformado por la Revolucion. Gracias por citarme aqui y por generar cierta discusion. Saludos.
ResponderEliminarMiami, La Habana, París o a la inversa. Periplo blogoglobal. Derroteros de la cultura tumiamense.
ResponderEliminarAdal: Tienes una cara de ALIEN. Apretaste.
ResponderEliminarBienvenido Ernesto! El tema pica y se extiende.
ResponderEliminarmucho ojo con el humo de segunda mano......mi hermano
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