El señor X

Roberto Savino

El señor X y yo nos saludamos siempre que nos cruzamos por un pasillo o cuando coincidimos en la línea para llenar la taza de café. A veces, cuando no podemos evitarlo, las circunstancias nos obligan a extender la amabilidad del buenos días a preguntas sobre cómo se pasó el fin de semana, o si se había notado que afuera un sol inesperado lo calentaba todo, o tal vez comentar que debido al calor hasta el volante del carro quema. Pero no siempre fue así de cordial mi relación con el señor X. Aunque desde que empecé a trabajar aquí lo veo andar de un lado a otro del edificio, hace sólo un par de semanas que se rompió el hielo del saludo. Antes, por ejemplo, yo sólo le aguantaba la puerta y esperaba a que cruzara el umbral con su eterna tacita de café, mientras me lo agradecía con su acento sureño, "thank ya". Y siempre mientras se alejaba, yo no podía evitar especular sobre la razón de su pierna coja… ¿Un accidente? ¿Una enfermedad lo obliga a arrastrarla? ¿Habría nacido así? Lo cierto es que al señor X nunca lo he visto sonreír; tampoco he visto que se le derrame ni una sola gota de café de su taza tambaleante. Una mañana, hace un par de semanas, le saludé con un "good morning" mientras le aguantaba la puerta. Él, que estaba sacando de su bolsillo el paquete de cigarrillos, me miró a la cara y respondió, "good mornin', young man", y siguió caminando lento y torpemente. Desde entonces siempre que nos encontramos nos saludamos, y cada día me parece estar más cerca de conocer el misterio de su pierna coja… ¿Habrá sido en alguna guerra? ¿Será que esto es lo que sucede cuando se toma mucho café y se fuman tantos cigarrillos? ¿Finge la cojera? ¿Tendrá una pierna de palo? No, ni siquiera mi sentido del humor aplaca esta curiosidad cruda, vigilante, una curiosidad imprudente que aumenta en los días en que el trabajo se torna aburrido y la imaginación, como los papagayos* en la película The Kite Runner, se alza en vuelo.

*Cometas, papalotes, etc. en "venezolano".