Yo *n*o* soy cubano

Rosie Inguanzo

Yo no puedo encontrar cuántas cosas en ese disco duro -¿de la identidad? ¿qué será eso?, capitulo- son falsas. Normalmente cuando tú aceptas que eres como eres ya hay una falsa conciencia. Tú no eres nunca lo que tú crees que eres; siempre te estás retratando para una ocasión específica (o para una conveniencia ocasional, anoto). Hasta se cumple en la cocina. Hay ciertos sabores que me son más afines; ahí están mi madre y mi abuela, las pizzería de La Copa, el guarapo de Regla, el bocadito de pasta. Quisiera salir de la sangre y de la tribu y poder encontrar a alguien fuera de eso, en una burbuja. Se le dice: "Pero si todo ese discurso tiene que ver con el proceso de desarraigo: ‘tú me rechazaste y yo me voy a comer el mundo’. ¿Eres por naturaleza un individuo irrestricto? ¿no te suscribes a nada? ¿por naturaleza o acondicionamiento?", anoto.

Lo que me separa del orgullo de ser cubana es una posición bélica, de rechazo -como principio- yo no quiero ser yo. ¿Por qué? Porque encuentro muchos aspectos del yo vergonzosos. (Fíjate en nuestra dieta y hábitos culinarios circunscribiendo nuestra conducta social: el chicharrón de puerco, buñuelos fritos enchumbados en almíbar de anís, pata y panza, rabo encendido, nuestras digestiones lentas y ruidosas, el espesor y la macicez de nuestras deposiciones, son directamente proporcionales a la solemnidad, la densidad y el tono grave de nuestro intelecto, la importancia personal, el jineterismo, la chivatearía, el desmadre, los niños balseros, la chicharoñería,  el chovinismo, el derroche de hombría… ¡uffff qué nausea!). 

Y voy contra un yo que me apabulla. Hay que escapar de esa trampa. Sino la nostalgia se te convierte en un pilar de sal.