Sam Brown

Jesús Rosado

El caso de Sam Brown en la historia de la música pop es atípico, pues recién convertida en ídolo luego que su álbum Stop irrumpiera con todo éxito en 1988, resulta que desaparece de escena y se dedica a presentaciones intimistas en los que su talento entusiasmaba fugazmente a la crítica para luego hacerla rabiar con ausencias cada vez más prolongadas. Y es que Samantha Brown decidió firmemente cambiar veleidades de la fama por un arte más auténtico desde la penumbra. Nacida en 1964, hija de los cantantes Joe y Vicki Brown, Sam une su voz incendiaria a un estilo de performance subyugante que han copiado algunas de las divas emergentes en los últimos años. En sus esporádicas apariciones ha cultivado géneros tan disímiles que recorren desde el pop lírico, el rock, el blues, hasta el soul más salvaje, y sus presentaciones espaciadas han elevado el temperamento nightclub de la interpretación a rango de gran espectáculo. Entre las bandas de renombre con las que colaboró se pueden mencionar la de Jools Holland, Deep Purple y los míticos Pink Floyd. Ha hecho apariciones puntuales en cumbres de la música contemporánea como en los conciertos de Jon Lord, el Concert at the Meltdown del 2002 y el tributo organizado a George Harrison, en el Royal Albert Hall de Londres. De sus históricos desempeños se disfrutan, entre otros, el dramatismo de Stop, o la descarga indomesticada y clorhídrica de In the Rain. Pero si hay pieza que concilia carácter, aptitudes y sensualidad en esta mujer es la inolvidable Horse to the Water de George Harrison, uno de esos momentos que desbordan a Sam en pulpa, vendaval y voz.