Ramón Williams
(Foto del autor)
“Papá, tráeme todo el chocolate que puedas” –pide Nilo pero no hay respuesta para su chiste de alérgico que rebasa crisis. ¿Será posible una bicicleta? Sí. Papá ya está en la puerta mirando a Regina como si la presencia del niño tuviera filo. Es una presencia quieta que le roba las palabras a cualquier frase de amor y destino. Regina deja escapar unas pocas notas del corrido mexicano que a su modo explica, reprocha y asume todas las despedidas. La puerta de la calle se abre. El viento que aullaba en la terraza se detiene, da la vuelta sobre el edificio, sube por la escalera y casi despeina a Matías si su pelo amuellado cediera. Es un aire húmedo. “Papá se va a mojar.” A Nilo no le importa la burla del viento, descuelga tras la puerta del baño el impermeable azul; corre, se asoma al balcón. Los camaradas del sexto esperan allá abajo, en la acera contraria; también el guía Gumersindo y las viejas maestras visitadoras. Todos callan y miran a un punto bajo el balcón, a la entrada de la escalera, bajo los pies de Nilo. En breve el punto tendrá un cuerpo. Ahora Nilo teme que ese cuerpo encarnando el punto, eso que los camaradas asechan, sea su padre. Lo es. Una bulla rompe este miedo de Nilo. Las palabras que se distinguen en el bullicio son conocidas pero ahora lo que dicen duele: Papá es otra mierda que se va. Lo de Baracoa siempre fue un cuento que ahora va apestando a huevos podridos como los que estallan contra la casa. Peste sobre peste. Horror. Matías camina tranquilo. Debajo de la primera majagua roja un auto viejo espera con el motor en marcha. Dentro, un hombre saca el brazo por la ventanilla, gesticula, grita algo como una orden. El bullicio ha crecido y también ha ganado en orden. Como una música, el ruido parece brotar del disco arañado de un fonógrafo que una mano invisible hace girar. Matías adelanta uno pasos hacia el auto que marcha a su encuentro. Nilo no ve avanzar a papá, experimenta que ese extraño cuerpo en movimiento va siendo a cada paso la rebaba de otro cuerpo ausente ya. La puerta del auto se abre, antes de entrar Matías se detiene y mira al balcón. Está vacío. Vacíos el balcón, el auto, la calle. Todo desaparece en una ciudad que gira vaciando.
Ramon.....te quiero.
ResponderEliminarMr. Williams ya se esperan tus telenovelas.
ResponderEliminarEstá vacío. Vacíos el balcón, el auto, la calle. Todo desaparece en una ciudad que gira vaciando.
ResponderEliminarFuerte imagen.
como duele la burla del viento
ResponderEliminarRamón....¿cuál es la dirección?
ResponderEliminarBuen post.
ResponderEliminarSon de la loma
La vida siempre es amenaza de ausencia.
ResponderEliminarHola tumiami. De vacaciones desde un hotel en Amsteerdam. Pasandola de maravilla. Tremendo frio. Saludos a todos.
ResponderEliminarAlex in NY
RAMON WILLIAM, los huevos contra la casa dejaron huellas.......... en el alma de boniatillo...................25 an~os despues y siguen tirand huevos, dando palos y arrastrando a las madres.
ResponderEliminarque bueno que se fue.
Usted le suma otra dimensión al concepto de creative writing. Una escritura donde el personaje principal es siempre el lenguaje.
ResponderEliminarSaludos retrospectivos, amigos blogueros.
ResponderEliminarAtenta la cafeína.
soy femi, sí que buena parte de estos fragmentos parodian la telenovela cubana del otro lado. Esta orilla merece lo suyo en materia de melodramas a comentar, es cuestión de tiempo.
a.t, se trata de un vértigo rememorado por marielito proveniente de Miami que conocí en la isla en los días de escribir la novela.
cabrón, no recuerdo la dirección, en La Habana Vieja, eso sí.
A Partícula Libre le duele la burla del viento.
j.r, siempre cumplida amenaza esa.
Alex, cuéntame de las variedades.
Boniatillo, es cosa de ciclos.
Rafael, eso, el lenguaje con valor propio sobre lo dicho, como mensaje en sí y no cual simple caballo denotativo del mundo. Miremos el riesgo así: Estoy delante de esa señora en la guagua, ella me mira, le hago una mueca y clavo mis ojos wide open sobre sus hombros isleños. La señora piensa que ando sonado, no se le ocurre que le comunico como puedo que un monstruo a sus espaldas se alza para devorarla de un bocado. Ella quiere las palabras correctas, no acepta el lenguaje directo del pánico, me cree jodido y se jode. El monstruo y yo conversaremos hasta la última parada. El ríe y le salta un zapato de las fauces. Cuando bajamos aprovecho que está cansado de reír y entonces me lo como sin mucho esfuerzo partidista.
RW