Este corto de 5 minutos, tomado de la película Mondo Cane (1962), pieza maestra de Gualtiero Jacopetti, fue la causa de la muerte del famoso vanguardista francés Yves Klein. Esa es la historia, pero no tenía que ser así. Klein había compuesto su “Sinfonía monótona en re mayor” para acompañar el film y Jacopeti la suprimió para incorporar segmentos que parecen salidos de la orquesta de Percy Faith. Luego están las tomas lúbricas de Klein con sus chicas encueras pintadas-de-azul (delicioso jouissance con ambiente lounge que nos regala Jacopetti). La película debutó con éxito en el festival de cine de Cannes de 1962, pero Klein se sintió profundamente traicionado. Ese golpe lo destruyó al punto que meses después murió de un ataque coronario. Klein no pudo, o no supo comprender que su arte podía apuntar a otra significación, algo que no le era ajeno. Ya en París se conocía de la boda “simbolista” (Klein era seguidor del rosacruz Max Heindel) con la bellísima Rotrult Uecker y presentada al público como documental en colores. O las apariciones públicas de Klein, vestido de judoka con música de fondo (en ese instante gestual antes del performance art y FLUXUS, en una Europa en la que Klein, junto a George Mathieu, es precursor). Hay más, desde 1960 Klein se había autoproclamado “inventor” de una nueva pintura monocromática llamada “Kleinazul Internacional” (el índigo simbolista luminoso de los pasteles del Redon de fin de siglo XIX). Nada, problemas de enfoque de los que se puede aprender más de una lección. De Klein haber personificado ese doble código que mezcla el absurdo, la ironía y la autocomplacencia de los Duchamp, Dalí y Warhol, hubiera aceptado su intervención en Mondo Cane como la aspiración travestí de una estética kitsch.