El joven gladiador yace en la arena
Manchada por la sangre purpurina
Que arroja sin cesar la rota vena
De su robusto brazo…
Aglomerada
Bulle en torno impaciente muchedumbre
Que tiende hacia el mancebo la mirada,
Y, de las gradas en la erguida cumbre…
Ostentan su hermosura las patricias
A los ojos de amantes cortesanos
Ávidos de gozar de sus caricias.
Sacudiendo el cansancio del vencido
—¡Arriba, gladiador, una voz grita,
Que para ornar tus sienes han crecido
Los laureles del Arno!
—¡Lidia y triunfa que, a más de tu rescate,
Dice el edil, cual don extraordinario,
Pondremos en tus manos un tesoro
De sestercios!
—Si vences todavía,
En mi litera azul, bordada de oro,
Juntos iremos por la Sacra Vía,
Murmura una hetaira.
—¡Y en mi lecho
Perfumado de mirra, al punto exclama
Otra más bella, encima de tu pecho
Extinguiré de mi pasión la llama
Que en lo interior del alma siento ahora,
Y, aprisionado por ardientes lazos,
Cuando aparezca la rosada aurora
Ebrio de amor te encontrará en mis brazos!
Al escuchar las voces agitadas,
Levanta el gladiador la mustia frente,
Fija en la muchedumbre sus miradas,
Muéstrale una sonrisa indiferente
Y, desdeñando los placeres vanos
Que ofrecen a su alma entristecida,
Sepulta la cabeza entre las manos
Viendo correr la sangre de su herida.