miércoles, 6 de septiembre de 2006
Blanco con la espuma
Por Dinorah Pérez Rementería
Zulma recogía la poca espuma que corría por mi pelo para lavarse la cabeza. Decía que le daba lástima perder el olorcito a champú. Era el año 1993 y estábamos en décimo grado. Mi madre me había preguntado en más de una ocasión si yo tendría la suficiente fuerza de voluntad como para soportar tres años comiendo arroz con sopa (de piedras) lejos de la casa. Yo le decía que sí, que siempre me había gustado el uniforme que usaban las niñas del IPVC Antonio Maceo: saya corta, chalina y blusa de color azul. Nunca le he dicho cuánto me arrepentí después. No podía ir a mi casa los fines de semana y tenía que limpiar cubículos y duchas antes del horario de visita. Mis manos olían a orine que no se quitaba con jabón, ni siquiera con la pastilla de jabón de azufre que usaba para lavar la camisa diariamente. Recuerdo que una vez Lissete me prestó su jabón Bonabel a cambio de un poco de detergente que era mucho más difícil de conseguir. En el albergue intercambiábamos de todo, tostadas, panetelas, limones, naranjas, azúcar prieta, miel y leche en polvo (siempre que alguien traía algo). El champú que utilizamos Zulma y yo en aquel momento no era de mío. Lissete me había pedido que usara lo que le quedaba en el pomo porque no soportaba más el estado depresivo de mi cabeza -después de tres semanas sin verla pasar. Me dijo: “Págame con naranjas o tostadas”. Hace ya diez años que salí de la vocacional y me parece que estuve allí un instante. Nada ha cambiado en la memoria, ni las tiesas literas, ni la sopa aguada, ni el sudoroso rostro de la cocinera, ni el administrador enamorado de las jovencitas. Me he lavado el pelo y he sentido ganas de llorar. También he sentido ganas de bañarme con la espuma que corre. Cuánta abundancia abundante, triste.
Esta escena "hopperiana" armoniza con el relato. La fraternidad, la pobreza, el trueque de esta historia respiran la misma luz del lienzo: un blanco de impasto lleno de desasosiego y memoria. Este recuerdo tiene el mismo tono que los días pasados en Miami: grisáceos y llenos de humedad. Felicidades por ofrecer algo de melancolía en una jornada donde, parece que hoy, el sol nos va a dar una visita limpia y duradera.
ResponderEliminar"Rinse -Lather-Repeat- siempre "repeat", de esa manera usas mas producto. La pobreza siempre nos persigue, como un lobo hambriente. Para muchos es un estimulo a la abundancia y la carencia. Gracias Dinorah por este escrito tan descriptivo y personal.
ResponderEliminarSobre la ilustracion, que me recuerda mucho a la obra del impressionista Edgar Degas, con sus pinturas y esculturas, aqui tienen datos sobre esta obra;
Artista: Alex Kanevsky
Titulo: T.S. Washing Her Hair
Oil on Board
24" x 12", 2001
Somos hijos de la carencia, Dinorah. Y ese suceso nos hace apreciar -y disfrutar- la abundancia con más intensidad. En 1990, le untábamos a la redonda porción de pan que nos tocaba en el día un misto de ajo, regalado por el vecino, para hacerno el coco de que nos estábamos comiendo un suculento steak sándwich, como se le conoce en Miami. Me hice un experto en freír huevos en una sartén con agua o en preparar el detestable picadillo de soya aumentándolo con finísimas rodajas de cáscara de plátano. Todo el chauvinismo de un pueblo reducido a un desayuno de agua con azúcar. Era tanta la miseria que podíamos asomarnos al espejo y sorprendernos sin un ápice de arrogancia, cosa rara en un cubano. Es triste la experiencia pero ha sido bueno, Dinorah, que hayas traído ese fragmento de nostalgia espumosa. Excelente para blanquear el corazón de las salpicaduras frívolas. Y para no olvidarnos de las cuotas memorables de fraternidad. Eso es lo que nos traza el mapa del alma tribal en cualquier orilla.
ResponderEliminarMe recuerdo cuando a los 6 años fui de las arenas blancas de la playa en varadero a la nieve blanca de Denver. La situacion se puso bien mala cuando cerro la compañia en donde a mi padre le habian ofrecida un trabajo a la semana de llegar en Denver. Nos encontramos sin nada durante una de las peores tormentas de nieve en el mes de enero, sin dinero, todo se quedo en Cuba gracias a la revolucion. Yo iba al carnicero al doblar de casa en la nieve, y el me regalaba los huesos del lechon para mi perro (no teniamos un perro). Mi padre que sobrevivio un campo de esclavo y concentracion de los Nazis, nos hacia una comida de lo nada, hasta partia el hueso para comer toda su substancia. Todavia me recuerdo de los extremos que pase de un dia a otro. Desde mar calido a montañas nebladas, del calor al frio sin aviso, y de la Blanca Nieve de Disney en el cinecito, cual vi en la habana, y la gran diferencia de esa nieve blanca en Denver en que su aire frio pasaba mis huesos y todavia queda en mi memoria.
ResponderEliminarInventario de comida afuera: 1- salva Cuba, 2- spaguetti con sal, 3- pizza sin queso (queso no habia en ninguna parte). 4- malta por tuberia. 5- croquetas de una masa desconocida. Y por supuesto, las colas de dos dias marcando para los restaurantes de como Conejito, Roca, Monsenor, etc. A la bodega llegaban cargamentos de una misma cosa podrida, como nabos o remolacha... el arroz lleno de bichos. Eso si, mucho huevo y chicharos (algo que aprendi a amar).
ResponderEliminarMano eres un cazador de imagenes. Tienes una habilidad nata para encontrar lo mas raro.
ResponderEliminarTumiami,
ResponderEliminarDebe de ser mi entrenamiento con la CIA... Ja! Ja! Ja!!!!