
Por Jesús Rosado
¿Quién colocará ahora la ofrenda carmín frente al bello rostro de la Hayworth? Ahora que tu mano, Glenn, desde hace unas horas ha dejado de moverse y que entre sus falanges todavía yace, agonizante, la única rosa que no cumplió su cometido... Hace sesenta años, con esa misma mano, curiosamente, habías simulado abofetearla en aquella memorable escena de
Gilda, ¿recuerdas? El filme con que Charles Vidor definitivamente te lanzara a la fama. Pero ya desde entonces, cada una de aquellas manotadas ficticias causó tal desasosiego que te juraste repetir flores ante Rita, hasta que ambos sucumbieran a la longevidad de los jardines. Y así ha sucedido. Los ya amarillentos bucles de su foto han quedado sin el culto de los pétalos, sin el sol tangencial de las mañanas. Ya no estará la galantería de tus ojos, con esa forma de mirar penetrante y generosa. La mirada más intensa de Hollywood, esa comarca del talento donde no alcanzarías el resplandor de Fonda, pero sí su consistencia. Donde cuentas con más de cien películas. Y con tu versatilidad. Esa manera de incorporar distintas pieles, sin brusquedades, aprovechando cada pausa emocional. Con ese espíritu asumiste personajes impecables para realizadores como Fritz Lang o Delmer Daves. O como Russel Rouse, con el que hiciste mi favorita,
Llega Un Pistolero, en 1956. Esa fue tu época, Glenn, tu apogeo por encima de Gary Cooper y Cary Grant. Dos décadas después compartirías el Olimpo en
Midway (1976) con nombres de la talla de Fonda, Charlton Heston, James Coburn, Toshiro Mifune, Robert Mitchum , Pat Morita y Tom Selleck. En 1991, cerraste el ciclo en el plató de
Raw Nerve, thriller que consumió tu última energía. Ya en ese entonces podías haber sido un mito entre los mitos, pero tu lucha esencial no era contra la sin memoria de ti mismo. Toda tu gloria era como rocío sobre una foto de mujer. Rosas para Rita, incontables. Eso es lo que importa. En definitiva, o se ama hasta la última flor o no se ama. ¿No es así, Glenn?