Picasso: arte y guerra

Por Amílcar Barca

Aprovechando la ocasión del veinticinco aniversario del Guernika a España, el museo del Prado y el Centro de Arte Reina Sofía, han vuelto a hacer el amor en la hierba hermosa de Madrid. Picasso, que fue director del Prado durante la Guerra Civil, abre con La vida de su etapa azul –un cuadro que hiela la mirada por su metáfora- y la contrapone con el desnudo de Muchacho conduciendo un caballo de su etapa rosa. Se encuentran los Tres músicos de su etapa cubista, un guiño jocoso a Apollinaire, Max Jacob y a él mismo. De su etapa paralela con Braque destaca El aficionado; lienzo del periodo cubismo-sintético donde la oscuridad y la geometría provocan un ruido plano y extraño a fiesta y toros. En su homenaje a Velásquez, toda la serie de Las meninas, con la agudeza por parte del comisario a complacernos con un giro de 180 grados y ver la obra original del maestro de la corte, con total sorpresa para el asistente. Contrapone El gran desnudo de su última mujer, Jacqueline, con el de la duquesa de Alba, en La Maja de Goya –verlas tete a tete no sólo es una referencia obligada sino un banquete para la piel y las pupilas. También lo es, ver su cumplido a Manet en su Almuerzo campestre o el El rapto de las sabinas a Poussin. Pero la cumbre de esta exposición se ubica en el Reina Sofía, con todos los dibujos-estudio que elabora sobre el Guernika –a destacar para mí, Cabeza de mujer llorando, con sus lágrimas como cuencos esparcidas por las mejillas. Estos bocetos y alguna obra magistral de referencia contrastada como Los fusilamientos del dos de mayo de Goya que le inspiró su no menos famosa Masacre en Corea, cierran el círculo de una etapa dedicada a mostrar el horror y la barbarie de la contienda. Picasso no pudo acabar con la injusticia de las guerras en el mundo, pero hoy, su legado plástico, nos anima a seguir en ello.