Matar al personaje

Por Roberto Luis Savino

Ella pensaba en cómo matar a dos personajes en la próxima entrega de Harry Potter; uno de los muertos podría ser el propio protagonista. Una vez más el escritor asesina a su héroe: García Márquez lloró cuando le tocó matar a su viejo coronel Aureliano Buendía, en Cien años de soledad; Cervantes no tuvo más remedio que matar al Quijote para evitar que otros escritores siguieran copiándolo. J.K. Rowling pretende matar a Potter porque no quiere escribir sobre el joven mago por el resto de su vida. ¿Qué pasaría si decide acabar con la vida de su héroe y gallina de huevos de oro? Nerviosa, piensa en la posibilidad de resucitarlo. Se pregunta, mientras comprueba lo deplorable de su estado ante un espejo de medio cuerpo, si era así como quería sentirse y atravesar el arco insalvable de la vejez. “Tanto, tanto dinero”, dice en voz alta y se siente miserable. Su terapeuta la invita a que acepte esa muerte. Sí, haber asesinado al joven la liberó de lo que creía una condena ad infinitum; pero ahora encuentra que su vida es más superflua que nunca. Ni siquiera su hija le brinda el consuelo y la esperanza que le daban las aventuras del tímido muchacho del relámpago estampado en la frente. “¿Y por qué no lo resucitas?”, pregunta con genuina curiosidad la doctora. “En teoría, en aquel mundo mágico todo es posible...”, dice. La mujer ha regresado su mirada desde el espejo mordiéndose el labio inferior sin apretar demasiado los dientes. Piensa. “Por supuesto que podría devolverle la vida pero te recuerdo que el meollo de la saga ha sido siempre la batalla entre el bien y el mal. Y la muerte, del modo en que la planteé, es avalada por el bien. Resucitarlo sería una abominación”, medita JK. Estas últimas palabras las pronunció de pie, a modo de despedida. La doctora anota en su cuaderno: “No hay que descartar el internarla”. Luego piensa en qué excusa le dará ella a sus hijas por no haber pedido, de nuevo, que su paciente le regalara un par de autógrafos.