Jacques Derrida E.P.D.

Por Marcia Morgado

Pensé escribir de Ozú pero será en otro momento. Me llama la atención la muerte en su lecho parisino (¿sería una tarde de lluvía?) del gran deconstructor: Jacques Derrida. En un mundo donde los iconoclastas genuinos no proliferan, su muerte a los 74 años deja un vacio. ¿Habrá sido un iconoclasta puro o construido? Who cares? Fue un hombre brillante y controversial, leal e irreverente. Un marginal desde temprana edad. Contaba doce años cuando fue expulsado de la escuela francesa porque el rector, siguiendo las directrices del gobierno de Vichy, redujo la población escolar hebrea. Para aquellos que sufren por exámenes, el ejemplo de Derrida le debe llenar de inspiración: colgó el examen de bachillerato, un par de veces los de entrada al criadero de intelectuales franceses: la Escuela Normal donde "por fin" se graduó en 1956. Llevaba casi tres décadas impartiendo clases de filosofía y lógica en la Universidad de París y la Escuela Normal Superior, hasta que en 1980 defendió su disertación doctoral. Le debemos la codificación del termino y sistema mediante el cual podemos constatar el carácter contradictorio del lenguaje. Derrida ofreció el deconstructivismo como una alternativa al estructuralismo. Así podemos pelar las capas del lenguaje en cualquiera de las disciplinas: literatura, música, artes plásticas, arquitectura. Aunque las coordenadas que propuso se entronizaron entre los críticos literarios, quizás es más llamativa en los planos irregulares de muchos edificios. En el cine alcanzó mayor reconocimiento con “Deconstruyendo a Harry”, peli en la que el gran neurótico Woody Allen encontró el vehículo para deconstruir su característico leitmotiv analizando sus contradicciones. Gracias a Derrida, muchos defensores de los derechos de la mujer, de los homosexuales y del tercer mundo desenterraron los prejuicios inscritos en las teorías propuestas por algunos íconos culturales, desde Sócrates hasta Freud: “hombres blancos” cuya misoginia y homofobia yacen en el ADN social. De ahí que Derrida se convirtiera en figura predilecta y detestada. El prolífico y controversial argelino residió en París casi toda la vida aunque gozó gran popularidad en los Estados Unidos. Por años su manera enigmática de eludir entrevistas despertó gran interés. Entre sus obras destacan Discurso y Fenómeno y De la Gramatología